A ver, que nos entendamos. Si tu edificio se levantó antes del 96, puedes ir encomendándote a la Virgen del Carmen o a San Bombero de los Desamparados, porque la ley no exige que en sus zonas comunes haya un triste extintor. Así de crudo. A menos, claro, que en algún momento alguien se haya animado a hacer reformas serias, de esas que meten mano en la estructura o le dan un vuelco funcional al edificio. Si no, nada. La norma que puso orden en este despropósito, la NBE-CPI-96, entró en vigor en octubre de aquel año y más tarde, en 2017, vino un real decreto a rematar la faena con el reglamento de instalaciones de protección contra incendios.
Así que, si tu edificio es posterior a esa fecha, enhorabuena: tienes extintores porque la ley lo manda. Pero si es anterior, salvo que le hayan metido un ascensor, ampliado la superficie, reformado escaleras o hecho obras de envergadura, la ley no te obliga a nada. Y aquí viene el chiste: el fuego no tiene el más mínimo interés en consultar el BOE antes de devorar lo que encuentra a su paso. Que arda o no le da exactamente igual si la finca es de 1995 o de 1997. Pero la ley es la ley, y como suele pasar, a veces tiene más agujeros que un colador.
Naturalmente, la ausencia de extintores en edificios antiguos ha levantado críticas. No es para menos. Cuando el humo empieza a colarse por las rendijas y los vecinos bajan en pijama, a uno le da igual que el reglamento diga esto o lo otro. Lo que hace falta es un maldito extintor a mano. Pero en fin, allá cada comunidad con su conciencia y su sentido común. La ley no obliga, pero cualquiera con dos dedos de frente sabe que instalar extintores es una decisión sensata. Porque cuando las llamas aparecen, más vale tener un plan y no necesitarlo, que necesitarlo y no tenerlo.